El origen de las especies

 




En 1859, y en varias ediciones corregidas hasta 1872, Charles Darwin, educado por sí mismo y su interés, publicó la obra más interesante del siglo XIX, en la que se cuenta la historia que más nos interesa, la historia de la vida en la tierra. Su título fue:

Sobre el origen de las especies por medio de la selección natural, o la preservación de las razas favorecidas en la lucha por la vida.

El título resume la teoría que expone, la teoría de la evolución, y el libro tiene el gran objetivo de probarla de todas las maneras que se le puedan ocurrir a alguien. Cada objeción es incluida y respondida; lo que no sabe, no dice saberlo; nos permite dudar de ella si queremos, pues él mismo lo hace, pero nos convence porque, leído el libro y visto lo visto, posiblemente sea verdad.








Es decir, no porque Darwin es una eminencia reconocida y lo que diga es cierto. No porque no haya ninguna otra teoría aceptable en el mundo educativo. No porque hay "un consenso científico". 
Sino porque los embriones animales son casi idénticos en un principio, y antes de que detectemos su forma y parecido, como vesícula germinal, son también iguales a los de las plantas.
No porque sea una ley aprobada por mayoría simple o absoluta, sino porque la teoría hace ver que leyes más importantes, que no cambian, provocan un constante cambio en la naturaleza, de modo que la evolución de las especies, a partir del éxito de las variedades de cada una de ellas en su adaptación a un entorno, tiene todo el sentido y es lo que más sentido tiene.






Es muy difícil dar con pruebas confirmatorias de la evolución en el presente, pues sus periodos no son de un año ni de mil, sino de millones. Cuando se entienden estos periodos, las dudas se disipan bastante. Darwin insiste en esto, pues es lo que le convenció a él, y ni siquiera imaginaba la cantidad de millones de años de los que hablamos. 
Hoy en día se considera que la edad de la tierra es de 4.543 millones de años.
Tradicionalmente se pensaba que la tierra tenía unos pocos miles de años. Isaac Newton, 100 años antes de Darwin, estimó la edad de la tierra en unos 6.000 años. 
Y ese era Newton.
Ni siquiera se podía pensar que hubiera habido un gran cambio de los seres vivos, no había tiempo suficiente.


De hecho, antes del tiempo de Darwin, del siglo XIX, había muchas cosas que no se podían pensar. No por censura o por religión, sino porque faltaba la información previa. La biología, la geología, la botánica, son cosas que acababan de nacer. Ni Darwin ni su teoría hubieran sido realmente posibles en un momento anterior. 
Lo cual nos lleva al descubrimiento de aquella época mágica. Darwin cita a muchos científicos, de su tiempo y anteriores. En la lectura, al mismo tiempo que se descubre la red y la textura de la naturaleza, se descubre la red de ideas, de hallazgos, de libros y cartas que los reflejan, de los países prósperos que fueron capaces de mantener por primera vez a gente dedicada a este tipo de cosas. La historia deja de tratar de guerras, ni siquiera se mencionan. De toda la vida, el hombre había caminado en otra altura, con otra carga, en menor número. Lo que estaba pasando entonces, fruto de la revolución industrial y del liberalismo económico, supone un cambio, un aumento, que no tiene realmente comparación con nada anterior ni posterior. Ni la imprenta ni internet. 
Era difícil no creérselo demasiado. El "darwinismo social" fue consecuencia de ello, y su posible origen es el propio Darwin, aunque también es posible que Darwin mismo sea consecuencia del darwinismo social.
No es el tema. Lo que realmente hace valioso al libro no es una teoría política, ni una teoría económica, que no están en él, y ni siquiera la teoría de la evolución es tan interesante, si se compara con la incomparable belleza de la vida orgánica, es decir, de los animales, de las plantas y de los variados escenarios en que se desarrolla, que Darwin pasó estudiando toda su vida, que desborda a la teorización y a las palabras. En los dibujos y descripciones de aquellos naturalistas pioneros, hay una alegría, una felicidad, que no es la de unos grises registradores, sino la del niño, que a través de la ardilla que guarda las bellotas, de la orquídea que florece, del ronquido del colibrí, contra todo pronóstico, ama la vida. En Darwin, lo mejor, es el asombro que no termina nunca. Y a través del suyo, el nuestro. 















Comentarios

  1. Gracias Antonio, estoy totalmente de acuerdo con lo que dices, el asombro! La capacidad de asombrarse es el acto de reconocimiento mas bello que se puede rendir al planeta en que vivimos.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario