Nuevo curso vs nuevo no-curso.

Se acabó el verano, la fiesta, levantarse tarde, la época de hacer el vago.

Un año más, los niños y niñas de este país se preparan para la vuelta al cole.
Nuevo curso, nuevos profesores, quizás nuevos compañeros con los que trabar amistad. Como si durante las vacaciones los niños no hubieran tenido oportunidad de haber hecho amistades nuevas con personas variadas...

Pero también es época de más cosas nuevas: nuevos libros (los del curso anterior ya no valen, aunque el hermano pequeño curse ahora el mismo curso que el hermano mayor). Libros nuevos para todos.

Zapatos nuevos, nuevo uniforme o ropa nueva. Nueva mochila, lápices de colores, sacapuntas y cuadernos. No importa que los cuadernos del curso pasado estén a medio rellenar: todo debe ser nuevo.

Todo salvo lo que van a aprender, que será lo mismo del año pasado pero un poquito más. Mismas rutinas, mismo método, mismo sistema, mismo negocio.

El negocio del colegio.

En septiembre hacen su agosto editoriales, papelerías, tiendas de zapatos, tiendas de ropa, de accesorios miles para estrenar y hacer los mismo de siempre.
Y no importa el precio: la educación es obligatoria y supuestamente gratuita, pero  hay que pagar el resto. Los uniformes de colegio cuestan más que un traje de Armani; los libros de texto, obsoletos y limitados en su contenido pero con cubiertas nuevas, se venden a precio de incunables, aunque vayan a acabar en la basura apenas 9 meses más tarde...
Y todo este despliegue de medios, para dar la bienvenida a un nuevo curso en el que muchos niños sufrirán bullying, otros quizás ansiedad y los más pequeños, los que son separados de sus madres con tres añitos o incluso menos, sentirán durante los primeros días esa terrible sensación de desapego y abandono, llorando a moco tendido junto a 25 más que están en la misma situación, en un lugar desconocido y lejos de su mamá. "No te preocupes si llora, ya se acostumbrará", le dice la profesora de infantil con su nueva bata blanca, a la madre acongojada que debe alejarse dejando a su bebé en unas manos desconocidas y que debe hacerse cargo de otros 25 llorones, pero que sabrá enseñarle muchas cosas nuevas con el uso de esas preciosas fichas nuevas, de dibujos en blanco listos para colorear, y con hojas de gomets para pegar en la cara del payaso.
No importa si hay que pedir un préstamo para pagar todas esas cosas nuevas; no importa que nuestro hijo vaya a sufrir maltrato psicológico por parte de ese profesor que le ha cogido manía porque hace demasiadas preguntas, todas ellas fuera del contexto del aula; o por parte del matón de la clase porque es un "empollón gafotas" o "tiene gustos raros"; no importa si no duerme las horas necesarias a su edad; no importa si durante todo el día no verá más luz del sol que la de la media hora de patio de la mañana, eso si no se queda castigado por moverse demasiado en el pupitre o por no saberse la lección del dia; no importa si debe ir al colegio con la pierna rota o con fiebre; no importa porque es "por su bien".

Todo en aras de la educación de calidad que se merecen nuestros hijos...la educación del sistema. La única permitida, pero no necesariamente la mejor.

Algunos comenzamos este septiembre un nuevo no-curso. No necesitaremos mochilas nuevas, ni libros, ni uniformes.
Por el contrario, haremos cosas nuevas cada día, o las mismas de siempre pero que nos gusta mucho hacer, pondremos en marcha nuevos proyectos o retomaremos algunos viejos, aprenderemos lo que más nos llame la atención y con los medios que más nos apetezca (un buen libro gordo, pero también una peli, una visita a una exposición o echando mano de Google), dormiremos las horas que hagan falta, y haremos la comida juntos. En la escuela no enseñan a cocinar, ni a cambiar una bombilla, ni ninguna actividad de la vida diaria. Eso que lo hagan los padres, en los ratos libres que queden después de las actividades extraescolares y los deberes. O sea, ninguno.

Nosotros afrontamos este nuevo no-curso con la misma ilusión que todos los meses. Para nosotros no hay "meses de aprender" y "meses de no hacer nada".
Como bien dice mi amiga Laura Mascaró: "El aprendizaje está en todas partes". Y yo añadiría: ..."y todos los días".

Y sin libros nuevos.

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