La Importancia

Naturalmente, es muy fácil encontrar a españoles a los que sin ir al colegio les fue bien. Después de todo, la tasa de escolaridad de 1950, en torno al 50 %, suponía un paso de gigante con respecto al 30 % de 20 años atrás, como ese 30 % suponía un enorme progreso con respecto al 15 de cuando comenzó en España la regulación educativa (1857, Ley Moyano). Una escolaridad que podía suponer dos o tres años en la escuela, por otra parte. Hasta 1970, la educación era obligatoria, primero hasta los 10, luego hasta los 12, luego hasta los 14. Pero hasta 1970 tal educación obligatoria se podía probar con un examen de primaria (reválida libre) que, hacia el final, cuando era más complejo, consistía en una prueba de lectura y escritura y en una operación matemática sencilla, por lo general una división. Muchos de los datos estadísticos, que espero poder presentar de manera ordenada y clara, se pueden encontrar por ejemplo aquí:
http://www.fbbva.es/TLFU/dat/autores.pdf
Antes de las leyes del XIX, se puede acertar a ciegas. Puedes buscar según los nombres de nuestros colegios e institutos y verás que muchos de sus insignes nombrados no pisaron jamás un lugar así. Iremos con ellos más adelante. Aunque seguro que hay colegios que se llaman Félix Rodríguez de la Fuente, por ejemplo.

A propósito de él, Félix era lector y amigo de Konrad Lorenz. De Lorenz ha quedado en la cultura popular la idea de la impronta primaria, lo de los gansos que identifican como madre al primer ser que ven al salir del cascarón. Bueno, sus estudios de etología animal le valieron un gran reconocimiento y a Felix le ayudaron bastante en su comprensión del comportamiento de las manadas de lobos y de otros animales.
http://www.perros.com/articulos/el-padre-de-la-etologia-konrad-lorenz.html

La etología tiene mucho recorrido. Aquí pongo un texto de Los ocho pecados mortales de la humanidad civilizada (Lorenz, 1973) que me parece muy interesante, y estoy seguro de que a cualquiera se lo parecería:

 "Los cambios experimentados por la familia y su estructura por influjo de una progresiva transformación tecnológica de la Humanidad, tienden todos ellos sin excepción a debilitar el contacto entre padres e hijos, y esto se inicia ya en la lactancia. Puesto que hoy día las madres no pueden dedicar todo su tiempo al recién nacido, surgen casi siempre, en mayor o menor grado, las manifestaciones que René Spitz denomina de «internación». Su peor síntoma es un debilitamiento difícilmente reversible o irreversible de la capacidad humana para establecer relaciones. Este efecto se agrega de forma peligrosa al trastorno ya mencionado de la capacidad de solidaridad humana.
A una edad algo más avanzada, las deficiencias de la imagen paterna causan visibles perturbaciones, sobre todo en los chicos. Exceptuando los medios rurales y artesanos, hoy día un muchacho no ve casi nunca a su padre durante el trabajo, y todavía tiene menos oportunidades para ayudarle y poder experimentar así convincentemente la superioridad de su madurez. Asimismo, en la pequeña familia moderna falta la estructura jerárquica por medio de la cual el hombre mayor emanaba respeto. Un niño de cinco años no puede valorar directamente la superioridad de su padre de cuarenta, pero se muestra impresionado ante la energía de otro niño de diez años y comprende que éste adopte una actitud respetuosa ante un hermano mayor de quince años. Luego llega instintivamente a las conclusiones justas cuando observa que el de quince años, quien es lo bastante sagaz para reconocer la superioridad intelectiva del hombre mayor, respeta a éste.
 La aceptación de una superioridad jerárquica no es un impedimento para el afecto. Los recuerdos deberían decirle a todo ser humano que, siendo niño, no amó menos, sino más, a aquellas personas a quienes admiró y a quienes voluntariamente obedeció, mientras que no amó tanto a sus iguales y a quienes le estaban subordinados.. Yo sé todavía con absoluta certeza que mi amigo Emmanuel La Roche, muerto prematuramente -quien me llevaba cuatro años, y como reyezuelo de la revoltosa pandilla nuestra ejercía un dominio justo pero enérgico sobre unos muchachos de entre diez y dieciséis años-, no sólo me inspiraba respeto y me hacía acometer audaces empresas para conseguir su aprobación, sino que también se había ganado mi cariño, como lo recuerdo con toda claridad. Ese sentimiento tuvo una evidente similitud con el que experimenté más tarde hacia diversos amigos íntimos y maestros. Entre los mayores atentados de la doctrina pseudodemocrática está la afirmación de que un orden jerárquico natural entre dos personas supone un obstáculo que frustra todos los sentimientos cálidos. En realidad, sin este orden ni siquiera puede existir la forma más natural del amor humano: la que suele unir a los miembros de una familia; con la educación «no frustratoria» se ha transformado a millares de niños en desdichados neuróticos.
Según he expuesto en los ensayos mencionados, si el niño forma parte de un grupo ajeno a todo orden jerárquico, se halla en una situación antinatural. Puesto que él no puede reprimir su empeño -programado instintivamente- en alcanzar un puesto jerárquico superior, desde luego tiraniza a sus pasivos padres, y se ve obligado a desempeñar el papel del jefe de grupo , papel en el que no se encuentra cómodo ni mucho menos. Sin un «superior jerárquico» más enérgico, se siente indefenso ante un mundo hostil, pues en ninguna parte se quiere a los niños non-frustration. Cuando intenta desafiar a los padres con una irritación comprensible, como «pidiendo un sopapo a gritos» según la expresión bávaro-austríaca, no encuentra el contraataque esperado intuitivamente por el subconsciente, sino que tropieza con el amortiguador de toda una ristra de frases tranquilizadoras y pseudorracionales. Pero ninguna persona desea identificarse jamás con un timorato irresoluto, ni nadie está dispuesto a dejarse dictar unas normas de comportamiento y menos todavía a acatar los valores culturales que alguien así venera. Sólo cuando uno quiere con la máxima profundidad del alma a una persona y simultáneamente le profesa hondo respeto, se presta a hacer suya su tradición cultural. Evidentemente, hoy día falta esa «figura paterna» en un número casi espantoso de adolescentes. El padre real fracasa con frecuencia y lo multitudinario del alumnado en escuelas y universidades impide su sustitución por un maestro digno."

Esta reflexión puede llevar a muchas otras. ¿Acaso alguien puede negar que la importancia en el orden social es una de las claves de nuestra felicidad? No sólo el ser importante por uno mismo, sino también como grupo, y también el reconocer de manera válida la importancia en otros. ¿Es la importancia en el grupo, que rige prácticamente cada una de nuestras relaciones, algo de lo que se puede prescindir?
Unos pocos de esa mitad de españoles recientes que no fueron al colegio, llevan a gala no haber ido, pero la mayoría no lo pueden reconocer, ni siquiera a ellos mismos, pues supone un motivo de vergüenza enorme, ser lo más bajo en la jerarquía. Un omega, un excluido. Evidentemente el colegio ha ido haciendo en nuestras sociedades un poderoso papel jerarquizador. Cada vez más y cada vez durante más años. Ahí se juega a cada minuto presencial quién vale más y quién vale menos, y limita, cada vez más, la posibilidad de estar solo o en un entorno de protección. Sin embargo también podemos vernos como ajenos a dicha jerarquización. Aristóteles, que fue el primer etólogo, nos recuerda desde siempre que quien no participa de la sociedad, es un dios o una bestia. A los niños que no van al colegio también les podemos ver así. Y ese, creo, es un dilema por el que pasan o pasarán nuestros hijos. ¿Dioses o bestias?, ¿los mejores o los peores? ¿Homeschoolers o niños rumanos? Nietzsche le añadía a la frase de Aristóteles: un dios, una bestia... o un filósofo. ¿Filósofos? Me suena muy bien. Sí, ¿por qué no? Pero claro, pasa que en realidad el colegio no es lo mismo que la sociedad, sino sólamente una de las instituciones en ella, y eso facilita ser ajenos a él, sin ser ajenos a la sociedad. Aquí voy a poner a alguno que lo pruebe, a ver a ver...

Como  jomejcule de la quincena, me decido por un alfa entre los alfas. Un emblema patrio. Un guía de elocuencia, aquí en la compañía de su hembra alfa:





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